En diciembre 1980
José Antonio Gurriarán resultó
gravemente herido, en una cabina telefónica de la Plaza España de
Madrid, por una bomba de un grupo terrorista armenio. Presa del síndrome
de Estocolmo y de la curiosidad del periodista –Gurriarán era
subdirector del desaparecido Pueblo-, buscó a los autores del atentado,
los localizó en Líbano y publicó La Bomba, un libro en el que contaba el
insólito encuentro en el que ellos defendieron la violencia y él trató
de convencerlos de que
“la bomba más eficaz es el pacifismo”.
Veintisiete
años después viajó a Armenia y se reunió con los antiguos miembros del
Ejército Secreto para la Liberación de Armenia, que se disolvieron,
dejaron las armas y crearon una organización que ayuda a jóvenes y
niños. De ello trata su nuevo libro, “
Armenios, el genocidio olvidado”
(Editorial Espasa),
del primer genocidio del siglo XX en el que Turquía exterminó a
1.500.000 armenios y de que el actual gobierno de Ankara y la “Alianza
de Civilizaciones” de
Erdogan y
Zapatero deben reconocer las matanzas antes del ingreso de aquél país en la Unión Europea.
En el siguiente artículo Gurriarán recuerda su experiencia de 1980 y la
situación de los 80.000 armenios que viven hoy en España, descendientes
del genocidio:
Aquel 29 de diciembre de 1980 quedé citado en el Cine
Pompeya, en el encuentro de Gran Vía con la Plaza España, para ver
Stardus Memories de Woody Allen. Compré dos entradas, repasé la
cartelera del filme –Woody Allen, Charlotte Rampling, Jessica Harper,
Christine Barrault-, y me las prometía felices con el humor absurdo del
cineasta de Brooklyn…
Año y medio después en La Bomba (Planeta, 1982) describí aquellos
momentos, que cambiaron mi vida y me introdujeron de bruces en el mundo
armenio: la primera explosión, cercana, que, como un vendaval me impulsó
Gran Vía abajo, la gente que corría y gritaba “¡Ha sido una
bomba¡ ¡ha sido ETA¡” el hongo gigantesco de humo espeso, dos niñas y un
hombre tendidos en el suelo y ensangrentados, junto a las
oficinas de TWA. La gente corre, la policía acordona el área, no me
dejan pasar y busco una cabina telefónica para avisar a Pueblo y
pedir que enviaran un fotógrafo. El teléfono no funciona y, en busca de
otra cabina, me reincorporo a la riada humana empujada por el pánico y
por la policía que trata de ordenar el caos. Cruzo la calle de los
Reyes, hacia una cabina que diviso en la Plaza de España, marco el
teléfono del subdirector del turno de noche del diario, Antonio Alfaro, y
esta vez tengo suerte.
“Acaba de explosionar una bomba en la Gran Vía, cerca de donde me
encontraba, No me ha alcanzado. Ha sido en TWA, hay un hombre y dos
niñas afectadas, posiblemente más. Envía un fotógrafo y, si llama Mary
Carmen, dile que la estoy buscando…”
Los armenios
Despierto en la Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital, tras un
duerme vela de pesadillas que alternan explosiones y fuego. Me entero de
que pidieron autorización a mi familia para amputarme las piernas si
fuera inevitable; que la metralla se llevó gran parte de la masa glútea
de la derecha, que la izquierda quedará acortada, que fijaron con clavos
las tibias de ambas en la esperanza de poder evitar la amputación; que
tengo perforado un tímpano; que en las dos explosiones resultamos
heridos siete viandantes, en la primera las niñas
Raquél y
María y su padre
José
Poggio.
Cuando los peores temores se alejan siento ansias de preguntar quienes
fueron los autores, porqué alguien que no te conoce y a quien no conoces
coloca bombas en la avenida más frecuentada de Madrid; de contar a una
grabadora mis vivencias. Me leen recortes de periódicos con un
comunicado de los autores del doble atentado a Associated Press: el
Comando 3 de octubre del ESALA, el Ejercito Secreto para la Liberación
de Armenia.
Hasta entonces solo sabía que hubo un pequeño país en
Asia Menor llamado Armenia; que forma parte de la Unión Soviética; que,
según viejas leyendas, el Arca de Noé se posó en la cumbre del monte
Ararat que, antes que turco, fue armenio…Los cuentos de Saroyan me
ilustraron sobre armenios que emigraron a finales del siglo XIX a
California. De pronto me interesa febrilmente todo lo relacionado con el
Comando 3 de octubre y con los armenios. Pido libros, documentos,
periódicos, y desde la UVI primero, desde la habitación 3007 del
Hospital Clínico, después, por último, desde mi casa, me informo del
genocidio que sufrió este pueblo en 1915, el primero del siglo XX.
Miembros de la pequeña colonia armenia de España me visitan y
sienten azorados ante mi presencia como si, por el hecho de ser
armenios, fueran también culpables del atentado, cuando muchos de ellos
fueron sus víctimas indirectas, pues les visita e interroga la
policía, en busca de pistas que pudieran conducir a los autores de las
explosiones.
En
la medida en que voy sabiendo de los armenios y sus dramas, de las
persecuciones que sufrieron por tener una religión y cultura diferente a
la de sus vecinos, de las matanzas y deportaciones por los desiertos de
Mesopotamia, de su diáspora por países lejanos, me “reconvierto” a
su causa, aunque, como pacifista que soy, repruebo cualquier método
violento. Mi curiosidad por saber quiénes y
porqué colocaron la bomba se transforma en obsesión, animada por la
curiosidad del periodista y por el síndrome de Estocolmo que crea, en el
que sufre un atentado o secuestro, cierta admiración y dependencia
psicológica del que los llevó a cabo. Hago declaraciones, con estos
criterios, llegan a las colectividades armenias de Líbano, Irán,
Francia, Argentina, Uruguay, Brasil, Venezuela, California, Atenas y me
llueven testimonios sobre el genocidio y la cuestión armenia.
En Libano con el ESALA
Alterno las operaciones quirúrgicas con la búsqueda de contactos con
medios próximos al ESALA: mi objetivo es llegar a los autores del
atentado. Las acciones de Madrid, contra Swisair y TWA, tenían su
explicación en las detenciones de tres dirigentes del ESALA, el libanés
Alec Yenicomchian, y los estadounidenses
Suzy Mahseredjian y
Monte Melkonian.
El 3 de octubre, en un hotel de Ginebra, a los dos últimos les
explosionó la bomba que preparaban contra objetivos turcos: Suzy quedó
conmocionada, Alec perdió la vista y una mano. Le escribí una carta al
Hospital Celular de Ginebra, de la que extraigo este párrafo:
“Tu accidente provocó mi atentado. En represalia porque suizos y
americanos no os dejan en libertad, miembros del ESALA llevaron a
cabo las acciones contra Swissair y TWA. Junto a esta última caí yo(…)
Dirás que es rara esta idea de conversar con los que pudieron matarme y
te preguntarás si hay algo oculto tras ello. Rencor no, puedes estar
seguro (…) Tampoco es una reacción contra lo que aseguráis defender.
Después del atentado yo también me 'reconverti' a la causa armenia…Te
ruego me ayudes en mi búsqueda de los que me hirieron. Sería un
enfrentamiento dialéctico terrorismo-pacifismos…
El 1 de julio una llamada anónima me comunica, que, cuando esté en
condiciones de viajar, el Comando 3 de octubre me recibirá en Líbano. En
noviembre, en Paris, me entrevisto con
Partrick Devedjian,
defensor de cuatro armenios detenidos en la prisión de Fresnes, por
asalto al consulado de Turquía. Veinte años después Devedjian sería
ministro del gobierno francés; hoy es la máxima figura de la UMP el
partido del presidente
Sarkozy. También me reúno con
Ara Toronian,
de Liberación Armenia, el brazo político del ESALA. Uno y otro me
aseguran el encuentro con los autores del
atentado.
Nuevas
operaciones para extraerme trozos de aluminio de la cabina, que
amenazan con segarme una arteria y, en marzo del 82, me acompaña a
Líbano
Carlos Bosch, un fotógrafo que trabaja con el
Grupo ZETA. Beirut está arrasado por la guerra, dividido en sectores
protegidos por sacos terreros. Un emisario del ESALA nos viene a buscar
al hotel, cruzamos el área de Ras Beirut, detiene el automóvil en un
descampado, coloca una pistola en su cinto, nos ordena cubrirnos con
capuchas y recostarnos en los asientos. Nos permite despojarnos de las
máscaras ante una casa en la que montan guardia unos adolescentes. Dos
encapuchados armados con kalachsnikof custodian a
Alec Yenicomchian y
Monte Melkonian,
a los que reconozco de carteles en Armenia, la revista del ESALA. Alec
habla armenio, Monte le traduce en castellano perfecto que aprendió en
Castellón, en donde vivió con su padre:
- Estamos muy tristes por lo que ha pasado. Cuando resultó herido deseamos interesarnos por su estado –me dice.
-Su bomba provocó mi bomba.
- Si, es cierto y lo siento… Creemos en la lucha armada como método para
liberar nuestra patria. Ponemos bombas por nuestra causa, no para hacer
sangre. Tenemos que luchar así y no hay otro método. En las guerras
siempre caen inocentes.
- ¿Han recapacitado, alguna vez, sobre la capacidad revolucionaria de la no violencia?
- Creemos principalmente en la violencia, pero esto no quiere decir que
renunciemos a acciones no violentas. En el asalto al consulado de
Turquía en Paris tratamos humanitariamente a los secuestrados, ellos
mismos lo han reconocido
-¿Porqué no renuncian a las armas?
- Usted parece un idealista que ha pagado muy caro el resultado de nuestra acción…
- En España apenas hay armenios. ¿Contra quién iban dirigidas las bombas?
- Contra una compañía suiza y otra norteamericana, no contra españoles.
- Alcanzaron a inocentes.
- Existe la posibilidad de que se produzcan víctimas
inocentes, pero queremos que todo el mundo comprenda por qué lo
hacemos. Cada vez que coloco una bomba tengo miedo de que haya víctimas
inocentes Nosotros hemos tenido millón y medio de víctimas inocentes…
Como responsables que son del ESALA les pido reunirme con los que
colocaron la bombas en la Gran Via. Días después somos conducidos a una
casa perdida en la montaña, en la que entrena una veintena de
guerrilleros con el rostro oculto por una capucha, en la que esta
grabado el mapa de la Armenia histórica. Dormimos con ellos, en
colchonetas sobre el suelo, vigilados por kalachnikofs. Por la mañana se
presentan tres miembros del grupo que aseguran ser el Comando 3 de
octubre que actuó en Madrid. Dicen llamarse Aram, Anahid y Vahé.
Se excusan y yo les hablo también de pacifismo y les entregó libros de
Luther King y Ghandi. Años después me informaron de que murieron en
acciones armadas. Lo siento, no tuvieron tiempo de comprobar que la no
violencia es rentable.
25 años después
En
marzo del 2007 me telefoneó Ana Sagrián, una armenio-argentina
residente en Barcelona, solicitando mi participación en una mesa redonda
que, con motivo del 92 aniversario del genocidio armenio, se iba a
celebrar en el Ateneo. Su llamada me sorprendió, pues había perdido la
pista de la colectividad armenia en España, por mi trabajo como
corresponsal de televisión y radio en el extranjero, porque tres años de
intensa dedicación al tema armenio me habían agotado física y
psíquicamente, porque era consciente de que había estado atrapado por el
obsesionante síndrome de Estocolmo…
Esta llamada y el contacto con el arquitecto armenio-argentino
Armén Sirouyán, Mirhan Akdag, Gor Abgaryan
y otros armenios de Barcelona facilitaron mi reencuentro con una
colectividad, que, antes de mi salida al extranjero, sumaba en España
poco más de un centenar de miembros y asciende hoy a 45.000, según el
Consulado Honorario de Armenia, y a 80.000 según cifras no oficiales.
Esta inmigración reciente procedente, en gran parte, de Armenia, Oriente
Medio y Argentina, sus asociaciones y actividades han hecho menos
desconocido el genocidio, aunque persisten lagunas sobre los temas
históricos y sobre este país que recuperó su independencia al
desmoronarse la URRSS.
Glenda Adjemiantz y Armén, llegados hace bastantes años de Buenos
Aires, el representante de la Iglesia Apostólica en España, Marcelo
Kujumdjian, junto con Alicia Escamilla, de Editorial Espasa, idearon que
escribiera un segundo libro con el epicentro de los armenios de España y
me lo propusieron en la reunión de Barcelona. Yo, en principio, no lo
veía y se lo dije: “agoté lo que sabía sobre este tema, con La bomba. No
sé que podría contar ahora.”
Insistieron, investigué, me apercibí de que la colonia armenia era importante; me enteré de que
Geguel Massmanian,
Fallera Mayor de Valencia del 2005, era hija de un médico armenio;
encontré datos curiosos sobre un rey derrocado por los mamelucos en
Cilicia –Levón VI de Armenia-, que reinó en Madrid y vivió en el Palacio
de Oriente, en el siglo XIV, cuando Juan I de Castilla le otorgó este
señorío; vino de Buenos Aires y me visitó Beatriz Hairabedian, que,
junto con su padre, impulsa una fundación dedicada a buscar
responsabilidades jurídicas sobre el genocidio, entre ellos cincuenta
antepasados suyos: indagué en las historias de Glenda, Armén, Mirhan, el
padre Marcelo y otros armenios que conocí: todos eran hijos o nietos de
víctimas del genocidio…Había posibilidades de hacer un libro con
interés humano e histórico, de ayudar a la causa armenia y me animé a
escribirlo en el mejor escenario posible:
Armenia.
Reencuentro Armenia
Recorrí el país en el minibús de Hovig, un armenio-libanés cuñado de
Armén, que junto con su padre el historiador Rubén Sirouyán me
acompañaron en el viaje. Participaron en el apasionante recorrido
Abraham y Yeprohuie Haronian, Krikor y Rosa Kaladjian, Luciana
Paragamian y su marido el escultor valenciano Rafael Zabala, la pareja
formada por Zabel Keunchkarian y Cristian Sirouyán -periodista de Clarin
de Buenos Aires-, mi esposa Helena Aleixo y yo. Todos armenios de
Argentina, menos Hovig, Rafael, Helena –portuguesa- y yo.
Igual
que a los pasajeros de “El ómnibus perdido”, de Steinbeck, que buscaban
lo desconocido, el vehículo de Hovig nos mostró el paisaje y paisanaje
armenios: el Ararat, el monte sagrado, omnipresente como una fruta
prometida arrancada del árbol armenio; valles de melocotón y
albaricoque; lagos transparentes; pueblos abandonados cuando Armenia se
independizó en 1991 y los rusos se llevaron sus industrias; monasterios
centenarios y milenarios de un país que nació cuando nació la cultura;
gentes sencillas entre el miedo y la esperanza del futuro…
El templo pagano de Garni, un Paternon acunado por nostalgias del
“duduk” –flauta armenia, pastoril y de trova- y por volcanes dormidos;
Mantenadarán y sus códices medievales que cuentan la historia en
miniaturas; el monasterio de Geghard, camuflado bajo montañas para
defender la fe cristiana de ataques de siglos; San Echmiadzin, el Papado
de una iglesia que estuvo con su pueblo en las horas difíciles; el
Monumento al Genocidio, frente al Ararat. Y Karabagh reconquistado, en
una guerra en la que el Comandante Avo –aquél Monte Melkonian que
entrevisté hace 25 años en Líbano-, ganó la gloria y perdió la vida…
Visité su tumba, en el cementerio de los héroes de Ieraplur, lamenté su
pérdida cuando, disuelto el ESALA, soñaba una vida tranquila…
El minibús y el hall del Hotel Ani fueron escenario de charlas con los
diez armenios compañeros de viaje: todos con raíces profundas en el
genocidio; todos protagonistas de ARMENIOS, el genocidio olvidado, el
libro que escribía por las noches al calor de la vivido…
Supe que Alec Yenicomchian, el otro dirigente del grupo armado con el que
también me reuní en Beirut, vivía en Ereván y presidía la fundación Ujd
Araradi –“Peregrinación al Ararat”-, dedicada a formar a jóvenes y
niños y al progreso del país; que con él colaboraban otros miembros del
antiguo ESALA. Me gestionaron un encuentro con ellos y lo dejé para el
final, porque me parecía lo más duro. Alec quedó maltrecho por la
explosión de una bomba que preparaba contra objetivos turcos: le dejó
ciego y arrancó una mano. Fue, sin embargo, lo más fácil y en nada
reprodujo el tenso encuentro de Líbano. Nadie se cubría el rostro con
capuchas, nadie vigilaba el encuentro con Kalachsnikofs y GP-7. Alec me
recibió a la entrada y condujo a una sala en la que esperaban cinco
hombres ante una mesa –antiguos terroristas, que cumplieron condenas en
Francia-. Sus palabras fueron cordiales:
- En 1982 le expresé mi agradecimiento por su defensa de la causa
armenia y hoy quiero reiterárselo. Esta la sede de Ujd Araradi, una
asociación formada básicamente por antiguos dirigentes del ESALA, que,
al contrario que entonces, no es secreta y tiene otros objetivos:
reavivar la cuestión armenia en las nuevas generaciones, llamar la
atención de las grandes potencias sobre el genocidio armenio…
- Les debí parecer un ingenuo, hace 25 años, cuando les hablé de pacifismo y entregué libros de Gandhi y Luther King…
- Nos causó el mayor respeto, nunca pensé que fuera un ingenuo, sino de
una grandeza admirable y hoy le recibo con orgullo y alegría.
Alex se casó, sus compañeros tienen hijos, Hagop es joyero,
Mardirós arquitecto, Vazguén electricista, Tigrán trabaja en una
revista…Les preguntó si les ha sido difícil la reconversión de la lucha
armada a la vida normal.
- ¡Es un trabajo de locos¡ –responden al unísono.
Aseguran que el ESALA alertó a los armenios y al mundo del genocidio
olvidado, que, con su actividad armada, contribuyeron a la independencia
de Arnenia. Les desmiento rotundamente:
- Si no hubiera caído el muro de Berlín, si no se disolviera la
URRSS, difícilmente este país sería hoy independiente y libre,
La charla no se acalora. Son ciudadanos normales, con derecho a dialogar
y discutir. Lo conquistaron cuando abandonaron las armas y disolvieron
el ESALA, dando ejemplo a tantos terroristas que persisten en combatir a
las democracias: las FARC en Colombia y, sin ir más lejos, la ETA en
España.